Cuando pensamos en Gregorio Prieto, la imagen que suele acudir a la mente son sus óleos de maniquíes, o por el contrario la imagen tardía del pintor de molinos, el cronista de los paisajes áridos y luminosos de La Mancha. Sin embargo, detrás de esas composiciones de color vanguardista y vibrante, existe una faceta más íntima, constante y quizá más reveladora: la del dibujante. A lo largo de toda su vida, desde un impulso infantil hasta su madurez artística, fue el lápiz el que trazó el mapa más personal de su universo creativo y le dio el apodo de “poeta de la línea”.
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1. No fue la pintura, sino un trozo de papel de fumar lo que inició todo
La vocación de Gregorio Prieto no nació ante un lienzo, sino sobre el más humilde de los soportes. El impulso fue puro instinto. Ocurrió en el comercio de su padre, donde, siendo apenas un niño, quedó fascinado por el retrato al óleo de una niña. Tomó un papel de fumar y copió la obra con tal destreza que un representante comercial, impresionado, le prometió una caja de pinturas. Este episodio fundacional revela una verdad esencial: para Prieto, la línea fue siempre el impulso primario.

Su formación académica no hizo más que reforzar esta inclinación natural. Tanto en la Escuela de Artes y Oficios como en la de San Fernando, Prieto desarrolló una pasión especial por la disciplina del dibujo, encontrando un profundo placer en la copia de esculturas. No era un mero ejercicio técnico, sino la forma de aprehender la estructura del mundo, un lenguaje fundamental que se convertiría en la columna vertebral de todo su arte. La línea era su instinto.
2. Encontró su voz con una “línea pura y continua” en el París de las vanguardias
Fue durante su estancia en el París de 1931 donde el instinto de Prieto se convirtió en una voz madura y reconocible. En la capital de las vanguardias, destiló el estilo que definiría gran parte de su producción: una “línea limpia y continua”, fluida y de una elegancia sintética que trazaba las formas con seguridad asombrosa. Su lápiz había encontrado su acento definitivo.

Esta nueva voz, de una calidad excepcional, llamó la atención del poeta Manuel Altolaguirre, quien, fascinado por la musicalidad silenciosa de sus trazos, publicó un libro con nueve de estos dibujos. En su introducción, Altolaguirre describió con acierto la esencia del arte de Prieto: Porque un dibujo es una frase de una sola letra y cada pintor crea su propio abecedario, su caligrafía. […] Bien escritas, descritas, estas frases de Gregorio Prieto tienen una música tan suave y silenciosa que se oyen sin ruido.
Los temas de esta etapa, principalmente desnudos masculinos, no surgían de una “inspiración griega” abstracta. Eran la destilación de sus viajes por Italia y Grecia, una respuesta directa a la emoción que le produjeron obras como el Auriga de Delfos. Su línea buscaba capturar un ideal de belleza clásica, una pureza de la forma y el contorno que conectaba su experiencia vital con la más alta tradición artística.
3. Convirtió el dibujo en un género en sí mismo: del marinero surrealista al estudiante de Oxford
Para Prieto, el dibujo no era un medio, sino un destino. Lo elevó de apunte a obra autónoma a través de sus numerosos cuadernos temáticos, proyectos que demuestran cómo usó la línea para llevar a cabo verdaderos ensayos visuales sobre los temas que le obsesionaban. Eran sus diarios íntimos, sus exploraciones más directas y personales.
Dos de estos libros, radicalmente distintos, ilustran su versatilidad:
- Matelots. Douze dessins de Gregorio Prieto. Éditions G. L. M, Paris. (1935): Un cuaderno con doce dibujos de marineros. Aquí, las “alusiones surrealistas” no eran un capricho estilístico, sino el vehículo para explorar sus obsesiones. Prieto nos presenta a “marineros soñadores, marineros que se funden y confunden con ángeles”. La figura del matelot era un potente arquetipo de masculinidad, libertad y deseo homoerótico para él y para muchos de sus contemporáneos de la Generación del 27.
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Estudiantes tumbados bajo un árbol, ca. 1938 Students. Oxford&Cambridge. Twenty Drawings by Gregorio Prieto (en inglés). Londres: The Dolphin Bookshop Editions (1938): Un álbum nacido de sus frecuentes visitas a Oxford y Cambridge. En sus páginas, la línea de Prieto se vuelve serena y observadora, captando con frescura la vida de los jóvenes en los colleges, jardines y riberas, transformando la cotidianidad en escenas de una elegancia atemporal.
Esta dedicación a los cuadernos temáticos no era un capricho: para Prieto, el dibujo era el territorio donde podía explorar, sin los filtros ni la lentitud de la pintura, sus más profundas inquietudes intelectuales y eróticas.
4. Su lápiz fue el gran cronista de una época: de Lorca a Churchill
El lápiz de Gregorio Prieto fue su pasaporte. Su enorme talento social, combinado con su facilidad para colaborar en revistas de vanguardia, le permitió moverse con naturalidad por los círculos intelectuales de Madrid, París y Londres. Así, su línea se convirtió en una crónica social y cultural de primer orden.
Su estrecha amistad con la Generación del 27 le llevó a inmortalizar los rostros de poetas como Federico García Lorca, Luis Cernuda, Rosa Chacel, Carmen Conde…. Más tarde, durante su largo exilio en Londres, su estudio de Hyde Park Gate se convirtió en un “punto de encuentro de la alta sociedad británica”, lo que le dio la oportunidad de dibujar a figuras tan influyentes como Winston Churchill. Sus retratos no eran solo arte; eran el resultado de su excepcional capacidad para situarse en el centro de la vida cultural.
El historiador Enrique Lafuente Ferrari supo ver la dimensión de esta faceta, calificando su vasta producción como una “iconografía gregoriana” y situándolo en la gran tradición de retratistas de la modernidad española, junto a gigantes como Pablo Picasso.
5. La línea que se transforma: del refinamiento inglés al barroquismo español

La línea de Prieto nunca fue estática; fue un sismógrafo de su propia transformación cultural. Su regreso definitivo a España en 1948 marcó un antes y un después. El trazo depurado y contenido de su etapa inglesa, de una “plateada luminosidad británica”, dio paso a una expresividad desbordante. Fue un regreso a casa estético y emocional.
El cambio es palpable en sus dibujos para el libro Sevilla. La línea se vuelve barroca, con una clara tendencia al horror vacui (miedo al vacío). El trazo se engrosa, se quiebra, y la composición se llena de una profusión de motivos. Era una línea que buscaba “atrapar la intensa luz redescubierta en España”. La elegante contención británica fue sustituida por un estallido sensorial, una reconexión con una sensibilidad netamente española.
En sus últimos años, esta tendencia se acentuó, y el dibujo, que durante décadas había sido un arte independiente y soberano, a menudo perdió su autonomía para supeditarse a los efectos matéricos de su pintura, mostrando a un artista en constante evolución hasta el final de sus días.
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El viaje de la línea de Gregorio Prieto es, en esencia, su biografía más sincera. La línea nos revela lo que el color a veces oculta: el instinto puro de su vocación infantil, la herramienta para sus obsesiones intelectuales y eróticas, la crónica sin filtros de sus encuentros con el mundo y, finalmente, el reflejo de su propia transformación cultural. Desde el impulso en un papel de fumar hasta la expresión barroca de su reencuentro con España, su dibujo nos cuenta la historia de un hombre que pensaba, sentía y vivía en blanco y negro.
En última instancia, ¿fue Gregorio Prieto un pintor que también dibujaba o, más bien, un dibujante del que brotaron todas las disciplinas que exploró?
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Bibliografía
- Garcia-Luengo Manchado, Javier. Gregorio Prieto. Vida y Obra (1897-1992).
- Treviño, Carlos. Fuentes grecolatinas en la iconografía homoerótica de la obra de Gregorio Prieto, (1927-1937) Tesis doctoral.
- Salazar Herrería, Mª José (coord.) (1997). Gregorio Prieto en las vanguardias. Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. ISBN 84-7788-175-8.